Tras la aparición de la filtración conocida como “los papeles de Panamá” compartida con el diario alemán Süddeutsche Zeitung y con el Consorcio Internacional de Periodistas Investigativos, ICIJ por sus siglas en inglés, surgieron varias interrogantes: ¿Por qué se hizo el filtrado? ¿Cuál fue el motivo y qué se perseguía? ¿Qué se pretendía con la participación del ICIJ? ¿Por qué en este tiempo y no antes o después?, etc.
John Doe, como se hace llamar quien compartió los documentos aludidos señala varios motivos. Al parecer el principal de ellos es la galopante desigualdad económica que mundialmente está empobreciendo a las masas de trabajadores y está arrojando a las capas medias a las filas del proletariado o de los desempleados.
Esta parece una plausible justificación sin embargo hace el señalamiento de otras causas. John Doe afirmó que el despacho legal panameño Mossack Fonseca, sus fundadores y empleados violaron en todo el mundo de forma deliberada y reiterada las leyes, y que por tal motivo ellos y sus clientes deben responder cada uno por esos delitos según el papel que jugaron en ellos, los cuales hasta la fecha sólo han salido algunos a la luz pública.
Aquí los motivos de las filtraciones son la corrupción generalizada en el planeta, la impunidad con que se mueven los jefes de los Estados transnacionales y las clases políticas a su servicio, la evasión de los impuestos y el incumplimiento del pago de los mismos, etc.
John Doe también cuantificó la magnitud del problema; reveló que existen unas 200 mil sociedades offshore fundadas por el despacho Mossack Fonseca y calculó que se llevarán años o posiblemente décadas para conocerse la dimensión total de los actos mezquinos de la empresa.
Esta es una pequeña muestra de los valores del capitalismo transnacional en sus diferentes versiones. Por eso no es de extrañar el mega-escándalo de la clase política brasileña; todos los partidos políticos de Brasil están corrompidos por el capital transnacional; todos los dirigentes de esos partidos, la mayoría de los diputados y la mayoría de los senadores tienen procesos penales por actos de corrupción; y por si fuera poco, la presidenta de ese país está acusada de corrupta y piden su desafuero.
Esa es la punta de la moralidad de nuestro tiempo, de la moralidad del capitalismo global, ya sea en su versión asiática, europea o americana. Los anti-valores antiguos son los valores actuales y los valores antiguos son los anti-valores actuales. Por eso a cualquier acción que tienda a una mejor distribución de la riqueza hoy la llaman terrorismo y se combate con armamento de última generación.
En la actualidad ser nacionalista es ser “izquierdista radical” o en el mejor de los casos, es ser “populista”. Y en cuanto tal es expulsado de las filas de quienes pueden obtener un cargo de elección. Por eso quienes se meten a la política son cuidadosos de no aparecer como nacionalistas o como luchador por una redistribución más equitativa de la riqueza.
Y por si faltara algo, no está permitido plantear la permanencia o nueva creación de las empresas municipales, estatales o nacionales; ni siquiera de aquellas empresas mixtas de participación de los fondos públicos; quienes hacen semejantes planteamientos de inmediato son catalogados como impulsores del socialismo radical. La moralidad del capitalismo transnacional planetario en cualquiera de sus versiones ha volcado la antigua libertad individual en la libertad del comercio y con ella, ha transformado al libre individuo en esclavo del mercado.
La libertad de ayer hoy es esclavitud del mercado. Pero la libertad del mercado abarca solamente a la libre circulación de las mercancías y a la libre circulación de los capitales. A los humanos no se les concede esa libertad; más bien a los migrantes se les impide el libre tránsito de un país a otro; eso lo vemos en Asia, Europa y América. En fin.