Manuel Aguilera Gómez.
El enfrentamiento poselectoral ha rebasado los escenarios previsibles. Lejos de quedar enclaustrado en los tribunales, ha involucrado a influyentes sectores de la sociedad, con excesos inimaginables, imperdonables. Las elecciones no dieron salida a las inconformidades acumuladas durante varios años de frustración sino abrieron la puerta a nuevos rencores, a resentimientos silenciados.
Por principio, los triunfadores se mostraron prepotentes, soberbios; pronto encontraron aliados interesados en mostrar su influencia en la voluntad popular. Tal fue el caso de numerosos prelados de la Iglesia Católica quienes no se han cansado de insistir en su pujante perseverancia en los púlpitos para “orientar” a sus fieles en contra de la iniciativa presidencial conducente a reconocer la licitud de los contratos matrimoniales entre personas del mismo sexo y por esta vía, persuadir a los electores a votar en contra del partido en el poder.
Han sobredimensionado su influencia con objeto de cobrar un alto precio por su contribución al ejercicio del poder. La arrogancia llevó al obispo de Culiacán a expresar desde el púlpito la majadera e impertinente expresión sobre las calumniosas preferencias sexuales del presidente de la República.
Si predicaran el pudor con el ejemplo no se habrían extendido en las cortes levíticas las prácticas pederastas, las distorsiones morales del celibato, ni los excesos imputados al patriarca de los Legionarios de Cristo, conductas cuya existencia ha sido públicamente reconocidas por el propio Papa.
Por eso, las repugnantes palabras del obispo mexicano provocaron, en el silencio del Vaticano, una expresión muy bonarense: “¡Calláte ché, que vos tenés tu historia! “
¡Serenidad señores! Hace muchos años concluyó la Cristiada y a nadie conviene el resurgimiento de etapas superadas tras ríos de sangre y dolor. Si bien hay personas interesadas en representar el papel del desleal y convenenciero general Gorostieta, la mayoría de los mexicanos exigimos el respeto al Estado Laico.
Combatir la corrupción fue otro tema propicio para mostrar la intolerancia y la imprudencia, pasiones de las que no hemos podido escapar. Sin duda, el combate a la corrupción es una exigencia generalizada, una tarea de inaplazable realización.
Con este motivo, algunas organizaciones de la llamada “sociedad civil” enviaron al Senado de la República una iniciativa conocida como “3X3” que proponía centralmente la divulgación de los bienes de quienes se desempeñen en el futuro como funcionarios públicos así como de sus familiares cercanos.
El debate de prolongó hasta la fatiga en torno a un tema: todos coincidían en las declaraciones de bienes y de sus intereses correlacionados, pero las diferencias se centraban en si deberían de hacerse públicas sin limitación alguna o sólo cuando el funcionario fuese sometido a la jurisdicción de tribunales, bajo a la acusación de estar involucrado en casos de corrupción. Conspicuos senadores de todos los partidos se mostraron en contra de la publicación indiscriminada y por ello se ausentaron en el momento de las votaciones.
El tema adquirió perfiles tragedia griega cuando el Senado adicionó a la ley la corresponsabilidad de los proveedores de bienes y servicios al Gobierno lo que implica su obligación declarar sus bienes y sus posibles áreas de conflicto de intereses. La Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) se indignó al extremo de ocupar –sólo para la foto– la escalinata del Monumento a la Independencia.
El argumento senatorial para incluir esta disposición tiene su fundamento en la responsabilidad conjunta de quien recibe el soborno como de quien lo da. La complicidad forma parte del delito. Estamos franqueando el paso a los excesos verbales, invitando a la intolerancia. La paz social está amenazada por enfrentamientos con diversas fuerzas emergentes; unas en defensa de intereses gremiales, otras en desafío al poder del Estado.
“Hay muchos fierros en la lumbre” diría un norteño amigo mío, ahora ausente. Demos vigor a las leyes contra el pernicioso mal de la corrupción y deroguemos las normas imprácticas, bajo un principio esencial: la corrupción como la basura de las escaleras, se barre de arriba hacia abajo.