Al parecer hay dos demonios que amenazan al capitalismo mexicano. Uno se llama Donald Trump y el otro, Andrés Manuel López Obrador. Lo cierto es que ninguno de los dos atenta contra el sagrado principio de la propiedad privada capitalista. Ambos buscan culpables en las profundas aguas del imperialismo.
Trump dice que la culpable del desempleo en Norteamérica es la afluencia de inmigrantes latinoamericanos mientras que AMLO, le echa la culpa a la “corrupción”. Pero ninguno hace mención del sistema capitalista como causante de la contradicción entre la opulencia y la pobreza, entre la concentración de la riqueza en pocas manos y la popularización de la miseria.
Por eso ni Trump ni AMLO atentan contra el capitalismo, como medida radical para terminar con las desigualdades sociales. Y la solución, según ellos, al problema del desempleo es simple: uno impedirá la afluencia de inmigrantes y el otro, combatirá a la corrupción.
Pero de esta falacia surge una paradoja, se requerirá más inversión para abrir más puestos de trabajo y además una mayor tecnificación para poder competir en el mercado mundial, lo cual es equivalente a decir que se requerirá desarrollar más al capitalismo y, con ello se agudizarán más la contradicciones del sistema. O sea, ninguno de los dos plantea una solución real al problema del desempleo.
Sin embargo, AMLO representa en México a esos segmentos de la burguesía que han sido golpeados por el gran capital nacional y transnacional, y al lado de los cuales se aglutinan las capas intermedias de la sociedad que han sido arrojadas hacia el proletariado y los desempleados, subempleados, etc.
El actual Estado Mexicano surge del desmantelamiento del Estado de la Revolución Mexicana que se inició con Miguel de la Madrid y culmina con Enrique Peña Nieto con el “Pacto por México” y sus “Reformas Estructurales”. El advenimiento de un Estado Neoliberal o Transnacionalizado sin el debido respaldo de la acumulación en el país de los capitales transnacionales ha llevado a los mexicanos a un callejón sin salida y a una incredulidad en las “Instituciones” públicas y privadas.
Por eso es legítimo volver los ojos hacia atrás y rememorar los años en que en el afán de combatir el desempleo el Estado Mexicano creaba sus empresas estatales y paraestatales y generaba programas de basta utilización de mano de obra.
Sin embargo con la actual etapa del desarrollo del capitalismo en donde se han o están derrumbado barreras políticas y se están integrando zonas geográficas dominadas por ciertos capitales transnacionales entreverados en un capital mundializado, es difícil por no decir imposible que se le de reversa al capitalismo.
Cuando mucho se flexibilizarán algunas relaciones que con su rigidez amenazan la estabilidad del sistema. Para muestra recordemos los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Y eso es lo que el fondo está planteando Andrés Manuel López Obrador. Por ese motivo él no puede ser una amenaza para el capitalismo mexicano, antes bien, es un demócrata-burgués que busca oxigenar al sistema socio-económico de México.
En el pasado la gobernabilidad autoritaria que caracterizó al régimen presidencialista estaba sustentada en tres pilares: el presidente de la República, un partido hegemónico y la interacción de reglas formales y normas informales. A consecuencia de las políticas públicas represivas y antipopulares dichos pilares fueron debilitados sin que se generara una institucionalidad alternativa sustentada en nuevos ejes para una gobernabilidad democrática.
En el fondo este es el objetivo político de AMLO, aunque su democracia no llega hasta plantear un nuevo orden socio-económico alterno al capitalismo. Sin embargo, tendrá en Hillary Clinton a una oponente ya que se vio la intención de la candidata demócrata de entregarle la Presidencia de México otra vez al PAN pero ahora a través de la esposa del ex presidente Felipe Calderón. En fin.