Manuel Aguilera Gómez.
En una reunión amistosa de sobremesa, donde estaban presentes algunos empresarios prominentes, aparecieron los temas relativos a la acentuada desigualdad, la corrupción y sus repercusiones en los procesos electorales. Aceptaban que desde Carranza hasta López Portillo, México había sido escenario de confrontaciones frecuentes entre la iniciativa privada y el gobierno.
Reconocían que a partir del gobierno de Salinas se habían desterrado las tentaciones de “reformas populistas de inspiración izquierdizante” y se instauraron gobiernos conciliadores, simpatizantes de los negocios privados.
Sin embargo, ahora les embargaban temores a raíz del debate sobre la corrupción en el seno el Congreso. Mostraron su alarma a causa de la marcada tendencia de las campañas políticas hacia la confrontación social, a la incitación a favor de la lucha de clases, la exacerbación de la envidia social en contra de los empresarios quienes eran señalados –en su opinión injustamente—como los causantes de la pobreza generalizada.
“Nosotros estamos dedicados a crear riqueza –insistían reiteradamente—mientras los políticos se enriquecen a nuestras costillas a base de exuberantes sobornos, del encubrimiento de operaciones fraudulentas con bienes públicos, de la protección ilegal a reconocidos defraudadores, de chantajistas profesionales, de vividores amparados por el poder sexenal.
Así lo reconoció en los años 30s, el expresidente Portes Gil cuando dijo <cada sexenio arroja tamaladas de millonarios>. Antes se hacían ricos con un ranchito en alguna región de su tierra natal, con una casita en las Lomas de Chapultepec. Ahora su rapacidad no tiene límites; no se conforman con “las limosnas de los cepos” sino quieren participación en los negocios.
Sólo a los burócratas ratoneros se les compra con cohechos en efectivo; las grandes decisiones se pagan con acciones al portador o con valores bursátiles en el extranjero. Se nos critica porque compramos un departamentito en Aspen para ir a esquiar con nuestras familias en el invierno pero se hacen de la vista gorda con los inmuebles adquiridos por ellos en Miami y Nueva York. Se nos acusa desacadólares porque hacemos operaciones en la Bolsa de Chicago pero ellos ocultan sus depósitos en Isla Caimán o en Panamá. ¿Quiénes son los saqueadores? ¿Ellos o nosotros?”
El planteamiento empresarial es falaz porque la realidad mexicana está inscrita en espirales concurrentes de políticos-empresarios y de empresarios-políticos.
Un gran número de los empresarios prominentes lograron amasar fortunas de dimensiones descomunales al amparo del poder público; en otros casos, sus fortunas son fruto de políticas públicas instauradas para impulsar un “moderno sector empresarial” mediante apoyos financieros de la banca de desarrollo o de políticas públicas destinadas a promover directamente la participación privada en asuntos catalogados como servicios públicos con modalidades apropiadas para asegurar su rentabilidad, como el caso de las empresas constructoras-concesionarias de carreteras; modalidades como los generadores independientes de energía eléctrica con volúmenes de compra asegurada; o los concesionarios de los servicios de televisión y radio subvencionados con abultadas partidas presupuestales esenciales para proteger su rentabilidad.
Hay casos extremos en que las fortunas empresariales son producto de un franco atraco a las finanzas públicas como ocurrió con el escandaloso caso del FOBAPROA. En esencia, las grandes fortunas familiares y el papel del gobierno están imbricados, se solapan entre sí, se apoyan mutuamente.
¡Los funcionarios piensan como banqueros y actúan como banqueros. Son indiferentes, impasibles ante los gravísimos problemas que enfrentamos. Sólo les interesan hacer negocios! replicó alguno de los comensales. Todos asintieron.
Algún académico terció: no se engañen. La política económica inaugurada a partir del gobierno de Miguel de la Madrid dio a los empresarios la responsabilidad del desarrollo nacional y colocó al Gobierno en calidad de policía. Treinta años después, estamos viviendo los resultados de esa decisión.
En cuanto a sus temores de reavivar la confrontación social, les recordó una frase Warren Buffett, uno hombres más rico del mundo: “Es cierto que hay lucha de clases; y es la mía, la de los ricos, la que está ganando”.