Manuel Aguilera Gómez.
El conflicto magisterial sigue siendo un tema central en las preocupaciones de los mexicanos debido a la virulencia incontrolada de sus participantes en eventos callejeros, la actitud desafiante de los dirigentes ante el gobierno, el aislamiento físico de algunas ciudades a causa de las obstrucciones a las carreteras y las contrariedades ocasionadas a la población en general como resultado del atascamiento de calles y vías urbanas, suficientes para limitar severamente la movilidad de las personas. Impera el temor social pero no se advierte en las autoridades capacidades políticas para dar cauce al conflicto.
Conviene subrayar que los llamados “profesores disidentes” agrupados en torno a la CNTE son parte (minoritaria) del Sindicato Nacional. Es un agrupamiento de maestros enfrentados con la dirigencia nacional desde hace más de 25 años, con presencia mayoritaria en los Estados de Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Ciudad de México y, en fecha reciente, en Chiapas. Su bandera política original gravitaba en torno a una demanda central: aumento salarial del 100%. Sin embargo, desde sus orígenes fue una corriente política movida por un interés sustantivo: controlar la organización sindical.
En los años 90s, el Secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, concretó la descentración a favor de los Estados (salvo del D.F.) del sistema educativo, mediante la cesión de facultades en materia de ejercicio del presupuesto y administración del personal docente, para lo cual los gobiernos estatales crearon secretarias de Educación u órganos correlativos. Los aumentos salariales los determinaban la Secretaría de Hacienda, mientras las prestaciones al personal docente eran convenidas entre los gobiernos estatales y las secciones sindicales respectivas.
La denominada descentralización de la educación dio lugar a innumerables conflictos, porque los gobiernos más débiles concedían prestaciones muy superiores a las imperantes en el resto del país: pero además, cediendo a la ambición de la líder magisterial de convertirse en la super Ministra Nacional de la Educación, los gobernadores se plegaron a la demanda de la maestra Gordillo de nombrar a sus “leales” como las cabezas del sector educativo en los Estados. Así, las secciones sindicales designaban Secretarios de Educación Pública, supervisores, directores de escuelas, Inspectores, etc. y al mismo tiempo administraban el presupuesto. No fue una descentralización sino abdicación de responsabilidades.
El anuncio de la llamada reforma educativa, sustentada en un inconfundible contenido de disciplina laboral, desprovista de esencia pedagógica, ofreció a la organización sindical la oportunidad de una lucha de defensa de los derechos laborales de los maestros. Esa fue la fuente de conflicto con Elba Esther Gordillo; esa es la excusa para la movilización de la CNTE, máxime cuando el gobierno ha mostrado a los profesores y a la sociedad el carácter punitivo de la reforma más no su contenido educacional y formativo.
La recuperación de la administración del aparato educativo en Oaxaca y la supresión de los privilegios a la sección sindical envió un mensaje contundente: la decisión gubernamental de recuperar el control administrativo de la enseñanza. Pronto, la impericia política y presupuestal dio al traste con ese avance al pretender eliminar prestaciones legítimas a los profesores. El movimiento recobró fuerza y se extendió. Las decisiones importantes nunca pueden quedar en manos de tecnócratas insensibles y soberbios.
Incendiar oficinas públicas y camiones, robar tiendas, abandonar las aulas e interrumpir el tránsito de vehículos, son los elementos básicos en la estrategia de lucha de la CNTE con el apoyo de organizaciones sociales de muy diversa procedencia. Están actuando en el ámbito de la más cínica impunidad.
El gobierno ha logrado sentar a los dirigentes en mesas de diálogo con el ardid de “tropicalizar” la reforma. Esperanzado en callarlos a base de ¡billetazos! y ceder –gradualmente- a todas sus exigencias, se niega a reconocer algo elemental: detrás de la actitud belicosa de la CNTE no hay propósitos educativos sino se esconde la codicia por el control del sindicato. Es uno de los diversos frentes de lucha abierto para acceder al poder. No nos engañemos; el tema no es pedagógico, es político.
La educativa se nos presentó como una reforma inspirada en fines generosos, pero fue confiada a las manos de una burocracia arrogante y ambiciosa. En estos días corre el riesgo de naufragar en un mar de incompetencia política.