Manuel Aguilera Gómez.
En memoria de Fernando Solana,
funcionario ejemplar.
Hace dos semanas, se cumplieron 210 años del natalicio de Don Benito Juárez, figura señera de la historia mexicana del siglo XIX, indio zapoteca capaz de superar los obstáculos culturales y sociales de su origen hasta escalar la más alta magistratura del país y, desde ahí, someter con la fuerza de la ley a quienes defendían, con encono y fiereza, los privilegios asociados a los fueros eclesiásticos y militares; y defender a la patria del embate imperialista de los ejércitos franceses destacados para imponer a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México. Doble hazaña.
Contrariamente a lo difundido en las aulas de las escuelas privadas, Juárez fue un creyente y practicante de la religión católica. En su calidad de líder político de los liberales se vio precisado a afectar los privilegios eclesiásticos para imponer el un estado laico, sin religión oficial ni prerrogativa alguna; el registro civil para inscribir los nacimientos, los fallecimientos y los matrimonios; estableció los panteones civiles no dependientes de la Iglesia e implantó la libertad de cultos; suprimió el diezmo obligatorio; y, en fin, comenzó a edificar una estructura jurídica civil.
En ese conjunto de medidas, el Secretario Lerdo, afligido por la situación precaria de las finanzas públicas, implantó una medida garrafal: la privatización agraria. Si bien, se perseguía incorporar al comercio los bienes pertenecientes a las instituciones de carácter permanente (la Iglesia entre ellas), el decreto de desamortización afectó las tierras de uso común de las localidades rurales las que fueron obligadas a venderlas.
Cuando los campesinos la rechazaron, dicha tarea fue confiada a las compañías deslindadoras. Por su conducto. el gobierno vendió esas tierras (72.3 millones de has.) a los hacendado consumando un despojo masivo de la propiedad rústica en perjuicio de los pueblos, aldeas, villas y comunidades.
Indignada a causa de que las medidas desamortizadoras atentaban contra su sagrado derecho a conservar sus propiedades y capitales, la Iglesia organizó una rebelión en contra del gobierno liberal y patrocinó una guerra cruenta a la largo de tres años (La Guerra de Reforma).
La confrontación se inició a partir de la amenaza de excomunión papal a quienes obedecieran la leyes liberales; prosiguió con la nacionalización de los bienes de la Iglesia y concluyó con la derrota de los conservadores en los llanos de San Miguel Calpulalpan.
Resentido por su fracaso político, el alto clero encontró en las ambiciones imperiales de Francia la perspectiva de instaurar una monarquía. Sus esperanzas de frustraron porque una vez sentado en el trono de alfeñique, Maximiliano juzgó anacrónicas las demandas clericales de restauración de los privilegios virreinales.
Juárez combatió la aventura imperial que concluyó en Querétaro con el fusilamiento del intruso aspirante a emperador. Fue el triunfo de la República y de un pueblo armado capaz de luchar denodadamente por su independencia, encabezado por un patriota de dimensiones continentales: Benito Juárez.
El rencor histórico del clero nunca ha encontrado alivio en la caridad cristiana. Renació con la aprobación del artículo 130 constitucional y emergió con violencia en la llamada “guerra cristera”. Insatisfechos con el arreglo Iglesia-Estado acordado en 1929 para detener la insurrección, militantes cobijados por estancos clericales, antisemitas, pro-falangistas, anti-cardenistas y activistas opuestos a la Constitución fundó un grupo político denominado Unión Nacional Sinarquista (UNS).
Al igual que Vasconcelos y Abascal, se ostentaban como defensores de los valores hispanos y combatientes de la influencia norteamericana, pero nunca levantaron arma alguna en contra del ejercito yanqui en defensa de la Patria. Convertida en partido político, en 1947 la UNS organizó un mitin frente al Hemiciclo a Juárez que culminó con un acto teatral escenificado por Luis Martínez Narezo, –su dirigente nacional– de encapuchar la efigie de Juárez. Cinco años después, en desagravio, el Presidente Ruiz Cortines incorporó el 21 de marzo como festividad nacional.
Hace dos semanas se celebró intramuros el natalicio de Juárez. El discurso del Secretario y ex -rector Narro Robles dio vida a principios olvidados. Fue una pieza oratoria patriótica, inusual en nuestros tiempos. ¡Enhorabuena!