ME ABSOLVERÁ LA HISTORIA , FIDEL CASTRO

logoPor: Manuel Aguilera Gómez

“En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, La historia me absolverá.”

Así concluyó Fidel Castro un largo y  agudo discurso de defensa de su causa, con motivo del intento fallido de la toma del Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. El alegato colocó al defensor de su propia causa en acusador de un tribunal aterrorizado por una dictadura militar cruel y sanguinaria, encabezada por Fulgencio Batista.

Siendo estudiante de la Escuela de Derecho de la Universidad de la Habana, Castro se enroló en las brigadas contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, feroz gobernante de la vecina Isla de Santo Domingo. Su verbosidad para exaltar el entusiasmo de los juveniles militantes lo llevó a un enfrentamiento y deslinde político con respecto a Masferrer, el líder del movimiento.

Al concluir sus estudios universitarios se perfiló como candidato a diputado en su calidad de directivo del Partido Ortodoxo, pretensión truncada debido al golpe militar de Batista en contra del presidente Carlos Prío Socarrás. En el marco de una nueva dictadura militar,  clausuradas las vías legales de participación política, encabezó una asonada en contra del Cuartel Moncada en la Provincia de Oriente, la cual fracasó.

Fue detenido, sentenciado y recluido en prisión; casi dos años más tarde, en compañía de otros correligionarios, abandonó su cautiverio al amparo de una ley de amnistía y se trasladó a la Ciudad de México.

En los meses anteriores a su destierro, con la anuencia del Departamento de Estado y el patrocinio financiero de la United Fruit, en Guatemala fue derrocado el régimen reformista encabezado por Jacobo Arbenz y se instauró una nueva dictadura militar encabezada por el coronel Carlos Castillo Armas.

De ese convulsionado país salió huyendo un simpatizante del recién creado Partido Comunista Guatemalteco, de nombre Ernesto Guevara, que fue conducido a la Ciudad de México por Jorge M .Rosillo, un joven poblano, profeso de la orden de los Carmelitas Descalzos, quien recientemente había desertado del Convento de Tulancingo.

En esos años, la Ciudad de México era refugio de numerosos asilados políticos, perseguidos en sus países a causa de sus actividades catalogadas como subversivas: venezolanos, cubanos, colombianos, guatemaltecos, nicaragüenses, panameños, dominicanos, acudían a las reuniones auspiciadas por el venezolano Gustavo Machado, -fundador de la Liga Anti-imperialista de las Américas- conspirador en todas las aventuras en contra de los dictadores en el Caribe: Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, Leónidas Trujillo en la Republica Dominicana, Fulgencio Batista en Cuba.

En una casa de la Colonia Tabacalera del centro de la Ciudad de México fueron presentados los hermanos Fidel y Raúl Castro  con el joven médico Ernesto Guevara, “El Che” por Jorge Rosillo. Refugio de conspiradores, bajo la inspiración de Machado, en ese domicilio se planeó la expedición en el yate Granma que partió del puerto de Tuxpan el 2 de diciembre de 1956. Según me contó Jorge Rosillo, la compra de las armas en el mercado norteamericano se realizó con dineros proporcionados por el derrocado presidente cubano Carlos Prío, -residente en esos años en Miami- y fueron introducidas a México por el cuñado del General Lázaro Cárdenas.

En alguna charla con varios amigos, Fernando Gutiérrez Barrios exaltó su intervención personal para evadir la ingerencia de la inteligencia cubana en las actividades del grupo encabezado por Castro. El periodista León García Soler ahí presente replicó: ”Mire capitán, no nos engañemos: si el presidente Ruiz Cortines te hubiese dado instrucciones en contrario, seguramente nunca habrían salido del país”. Sin demérito del eficiente papel de Gutiérrez Barrios, no es posible   desconocer la confesa antipatía hacia Batista del Presidente Ruiz Cortines.

Al arribar a costas cubanas, en Alegría del Pío, los 82 improvisados expedicionarios fueron sorprendidos por efectivos militares que les causaron enormes bajas: “Aquí no se rinde nadie” gritaba Almeida con desesperación a sus correligionarios. Horas después de la masacre, Juan Almeida, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Benítez, Chao y Raúl, escucharon  la reflexión de Fidel, el líder a los supervivientes: “Ahora comienza nuestra victoria”.

Reclutando campesinos sin esperanza y jóvenes ilusionados en un porvenir venturoso para su humillada patria, se formaron varios frentes de lucha, encabezados por los supervivientes del desastroso desembarco. Fue una amplísima guerra de guerrillas, tanto en Oriente, en la Sierra Maestra, en el Escambray como al interior de las ciudades, donde las acciones de terrorismo tenían un impacto devastador en la opinión pública nacional y causaban estupor en los círculos extranjeros.

Los rebeldes estaban en todas partes: habían logrado constituirse en la emblemática inconformidad de un pueblo agraviado por la prepotencia militar y la conducta envilecedora del capital extranjero. La Habana estaba convertida en un gran burdel, propiedad y al servicio de las mafias estadounidenses.

Desesperado al advertir la simpatía que despertaba la lucha rebelde en la prensa extranjera, a mediados de 1958 Batista lanzó una amplia batida contra los sublevados. Producto de la efectividad de la estrategia de las guerrillas y las masivas deserciones en el ejército, la embestida militar resultó un fiasco. El 1 de enero de 1959, el dictador Batista abandonaba presurosamente la isla.

Todas las cadenas televisivas del mundo recogían las imágenes de un grupo de jóvenes mechudos y barbados, metidos en andrajosos uniformes militares y viajando en vehículos destartalados, que ingresaban a la Habana, con los fusiles en las manos en signo de victoria. Era la hora del triunfo de la Revolución.

Fidel Castro fue electo primer ministro de un gobierno que buscaba rumbo. Los líderes estaban convencidos de la necesidad de traducir en políticas públicas los reclamos populares. Comenzaron con una reforma agraria, siguiendo los pasos de la mexicana. Pronto reconocieron las limitaciones de esta vía y optaron por el procedimiento de expropiar las grandes explotaciones azucareras y las fincas ganaderas, las cuales fueron convertidas en explotaciones estatales.

Las pequeñas explotaciones privadas se respetaron y muchas quedaron organizadas en cooperativas. En 1961, bajo el patrocinio de la CIA, un grupo de cubanos residentes en Miami pretendió invadir Cuba pero fueron derrotados en Playa Cochinos. En respuesta a la actitud abiertamente hostil de la administración Kennedy, el gobierno cubano tomó la decisión de declarar el carácter socialista de la Revolución y comenzaron las expropiaciones tierras y empresas.

El líder soviético Nikita Jrushchov aceptó proporcionar armamento al gobierno cubano, lo que provocó la crisis conocida como la de los “13 días”, crisis que quedó resuelta con el acuerdo por parte de la URSS de no suministrar armamento nuclear a Cuba y garantizar la existencia de la base de Guantánamo, a cambio de la eliminación de las bases nucleares estadounidenses instaladas en Turquía.

El azúcar era –y sigue siendo- el eje productivo de la economía cubana. Estuve presente en una conversación en la cual el presidente López Portillo invitaba a Castro a beneficiarse del Pacto de San José, destinado a suministrar petróleo barato a los países de Centroamérica y el Caribe. En esa ocasión, Castro explicó ampliamente, las condiciones excepcionalmente ventajosas en las que Cuba, por un lado, compraba petróleo a la URSS  y, por otro, le vendía azúcar al bloque socialista.

Esa operación entrañaba una subvención gigantesca estimada por la CEPAL en más de una cuarta parte del PIB cubano.

Ha trascurrido más de medio siglo desde el triunfo de la Revolución Cubana. A lo largo de esa etapa,  nadie ha sido capaz de cuestionar los avances en educación y salud; se alfabetizó a toda la población, se multiplicaron las escuelas, los centros de capacitación para el trabajo y los institutos de investigación.

La educación no fue –es preciso consignarlo- únicamente instancia para la transmisión de conocimientos, sino oportunidad para la formación política y cívica. A lo largo de dos generaciones se conformó una sociedad disciplinada a los preceptos de la ley. En el terreno de la salud, se estructuró un sistema universal a partir de los dispensarios de barrio y rurales, hogares maternos y de ancianos, hasta el moderno Hospital Hermanos Ameijeiras.

En los años recientes,  gracias al apoyo de algunas fundaciones europeas, se instaló un importante centro de investigaciones médicas. En cambio,  en el terreno de la producción, muchos técnicos cubanos reconocen el error de haberse  apegado a las pautas de planificación recomendadas por los soviéticos, basadas en objetivos de producción con independencia de los costos y la eficiencia productiva.

En compañía de Carlos Pérez, viceministro de Agricultura de Cuba, visité varias fincas productoras de café, de cítricos y de tabaco, donde pude constatar la indiferencia de los administradores respecto a los costos de producción. En algunos casos, las necesidades políticas obligaron a pagar, durante todo el año, los sueldos de todos los operarios de los ingenios azucareros a pesar de trabajar únicamente 7 meses.

En otros casos, se expropiaron pequeños establecimientos fabriles y comercios al por menor, convertidos en activos centros de resistencia política a la reforma social. En cambio, los avances en materia de industrialización fueron muy modestos. En una memorable reunión, los dirigentes del Colegio Nacional de Economistas abordamos esta problemática con el viceprimer ministro, Carlos Rafael Rodríguez.

Con el desmembramiento de la URSS se disolvió el acuerdo comercial de los países socialistas (COMECOM) y se esfumó la solidaridad hacia Cuba. Meses después de la desaparición voluntaria de la URSS,  la situación económica en Cuba comenzó a tornarse crítica: empezaron a dejar de circular los autobuses por falta combustibles y de refacciones, las suspensiones del servicio de energía eléctrica se multiplicaron, la escasez de insumos en los hospitales llegaba al extremo de no haber papel para las recetas médicas, los estudiantes  resentían la falta de cuadernos.

La gente adelantó dos horas su horario habitual en la mañana para ir caminando a sus trabajos, en las farmacias se iban vaciando los anaqueles debido a la falta de divisas para comprar los ingredientes activos de los medicamentos elaborados en los laboratorios oficiales, la población mayor de veinte años perdió, en promedio, 18 libras de peso. Las importaciones de petróleo garantizaban, primordialmente, el funcionamiento de las centrales azucareras y los problemas de abasto alimentario obligaban a revivir la “vieja cocina cubana” a base de legumbres.

El rompimiento de los pactos comerciales del COMECON y el férreo bloqueo norteamericano estaban condenando al pueblo cubano al hambre aguda. En esos meses de angustia, un grupo de excombatientes –viejos por el efecto inexorable de los años- se reunieron en un destartalado salón en el barrio del Vedado, para celebrar una cena de reencuentro.

Eran alrededor de 60 personas las invitadas por “El Mexicano” (Jorge M. Rosillo). Sentados en torno a una larga mesa, los comensales apenas empezaban a disfrutar su primer “mojito”, cuando inesperadamente aparecieron Fidel y Raúl, cuya asistencia no estaba prevista.

Estupefactos, los asistentes quedaron paralizados ante la presencia de sus antiguos comandantes, a quienes la mayoría no habían saludado personalmente en más de 32 años. Poco a poco se fue disipando la tensión provocada por la presencia inesperada de aquellos líderes legendarios  a quienes la vida siempre accidentada –y los innumerables atentados– los había alejado de sus antiguos correligionarios de las montañas.

Pacientemente Fidel escuchó, primero las reminiscencias, y después los reclamos de sus camaradas. Su vocación magisterial lo dominó y se dedicó a lo largo de tres horas, a explicar las complejidades a las que se enfrenaba la economía cubana a raíz del desmoranmiento de la URSS, derrumbamiento que contó –lo dejó claramente establecido- con la anuencia y colaboración del legendario  ejército rojo. Según los comentarios de algunos de los asistentes, no fue sólo el reencuentro de viejos luchadores, sino la reconciliación íntima con sus historias personales.

Informada de la situación reinante en las economías familiares, la Casa Blanca se recreaba con la casi inminente posibilidad del sometimiento por asfixia comercial del régimen castrista. Era una perspectiva largamente anhelada desde el bloqueo comercial y financiero implantado en 1968.

El talento y sensibilidad de Castro consiguieron el apoyo moral, financiero y comercial del Papa Juan Pablo II, intervención generosa que impidió contrarrestar los signos iniciales de una hambruna que amenazaba a la isla. El Vaticano activó sus relaciones con los empresarios españoles, alemanes, italianos, franceses, y  las corrientes de inversión comenzaron a fluir hacia la isla. Como testimonio de gratitud a su Santidad, el gobierno cubano declaró tres días de duelo nacional en ocasión de su deceso.

Un apoyo financiero muy imporante a las precarias finanzas cubanas fue  proporcionado el gobierno de Venezuela, bajo los gobiernos de Chávez y Maduro  en la época de los altos precios en el mercado internacional del petroleo.

Evaluar los saldos de la Revolución es una tarea reservada a los propios cubanos. Solo deseo hacer dos reflexiones.: Hace un cuarto de siglo, viajaron a la Habana mis hijos Ana Laura (17 años) y Víctor (8 años) para participar en un campamento internacional de Pioneros de la Revolución. Al regresar, mi hija me hizo el siguiente, lacónico comentario: “Nunca había visto tantos miles de niños tan felices como en este evento.”

He viajado en varias ocasiones a Cuba y me he percatado del deterioro social provocado por la presencia de capitales privados nacionales y extranjeros. Nadie puede negar que han aparecido claros signos de desigualdad social y ha proliferado la prostitución.

También me percaté de que se ha venido perdiendo en una parte de la juventud el espíritu solidario de antaño.

Ahora, ante la desaparición física del líder de esa Revolución socialista consumada a las puertas del Imperio, serán las fuerzas organizadas del pueblo cubano las responsabilizadas de definir la herencia rescatable de los esfuerzos de dos generaciones.

Confío en que tendrán el talento para precisar las instituciones que deben sobrevivir en beneficio de las generaciones venideras; e implantar aquellas reformas necesarias para ampliar los ámbitos de libertad de los cubanos, sin sacrificar la soberanía.

Erigido en indiscutido adalid de la lucha de los pueblos subdesarrollados del mundo, Fidel Castro ocupa un sitial muy destacado en la Historia del Siglo XX Sus luminosos aciertos y sus indudables errores se inscriben en el inacabado relato universal de las luchas de emancipación de los desheredados de la Tierra.

En el curso de los años venideros, se cumplirá su presagio: la Historia lo absolverá.

Deja una respuesta