Por: Sergio Mejía Cano
Terribles e impactantes las imágenes que se han trasmitido a través de fotos y videos en la mayoría de los medios informativos, así como en las redes sociales de los estragos que ocasionó el huracán John, tanto en el estado de Guerrero como en Michoacán y en otros lugares cercanos, pues dejó inundaciones que al ablandar la tierra generó deslaves y caída de fincas de todo tipo.
Y si bien muchas familias se vieron afectadas, de nueva cuenta en Acapulco, Guerrero se volvió a abrir la herida dejada el año pasado por el huracán Otis, ya que si apenas estaban volviendo a agarrar el ritmo de la normalidad, ahora con John no nada más asentamientos humanos de las clases populares sufrieron de nueva cuenta daños considerables, sino también, de acuerdo a la información que se ha difundido, en zonas residenciales de gente más pudiente económicamente hablando, pues en un video se mira el colapso de una alberca, así como de bardas de fincas y, desde luego, desgajamientos de terrenos altos que, al caer hicieron más daños aún.
Pero de todo esto, lo que ha quedado de manifiesto una vez más, son las malas decisiones de fincar en terrenos poco propicios, como en laderas y obviamente en terrenos cercanos a humedales o hasta encima de estos.
En septiembre de 2013 cuando el huracán Manuel pegó en Acapulco, se dijo en su momento que se habían construido asentamientos humanos en lugares que antes eran humedales, por lo que el agua al reconocer su cauce se deposita en partes que ha ocupado ancestralmente. En aquel año de 2013, no nada más le pegó a esa zona el huracán Manuel, sino que llegó por el lado del océano Atlántico el ciclón Ingrid que, junto con Manuel acrecentaron los daños.
Hay quienes dicen que las inundaciones y precipitaciones intensas se deben al cambio climático, claro está, pero también a los crecimientos de las manchas urbanas y, sobre todo, a la posible falta de previsión a futuro respecto a lo que se podría ocasionar si se interrumpen pasos naturales de las corrientes de agua en temporada de lluvias y ahora hasta tormentas atípicas, precisamente por ese cambio climático.
Cuando pegaron los huracanes Manuel e Ingrid en esta zona de Guerrero en septiembre de 2013, se reconoció que había edificaciones en lugares que eran humedales o corrientes naturales de agua. Así que los planeamientos de urbanización no fueron los adecuados o quizás con la idea de salir del paso sin ver más allá tratando de urbanizar lo más rápido posible antes de que algún trámite oficial lo impidiera o alguna protesta popular; aunque en aquellos tiempo se otorgaron permisos de construcción sin ton ni son y, si alguien o alguna organización de protección al ambiente levantaba la voz, esta no era oída o no se le hacía caso, en el entendido de que negocios son negocios y después se averigua. No por nada existe la frase tan común de más vale pedir perdón que pedir permiso.
Lo malo de todo esto son las pérdidas de vidas humanas, pues lo material como sea se recupera, pero la vida por desgracia ya no retoña; sin embargo, los daños materiales también dejan temblando por lo regular a los sectores más necesitados, a personas que con gran sacrificio llegan a hacerse de una modesta casa y que la pierden de la noche a la mañana.
Lo bueno es que ahora ya no se habla de tandas entre los afectados para poder recuperar en parte sus bienes o poder reconstruir sus casas, pues a pesar de que cada vez que hay una catástrofe de este tipo, los adversarios y detractores de la actual administración sacan a flote la desaparición del Fondo Nacional para Desastres Naturales (FONDEN), a pesar de que aún sin este fondo de protección, ya se ha demostrado fehacientemente que a los afectados no se les abandona, he ahí el caso concreto con que se resarcieron los daños tan severos en Acapulco y sus alrededores causados por el huracán Otis en octubre del año pasado y, desde luego, en otras partes del país, pues la ayuda les llega de inmediato mediante el plan DN-3 y posteriormente con ayudas materiales de todo tipo, sin dejar abajo a nadie de los afectados.
Así que lo mejor sería que, no nada más en Acapulco y demás zonas afectadas, se planificara una nueva urbanización en donde no se interrumpa la fluidez de las avenidas de agua, así como un sistema de drenaje y alcantarillado que permita un rápido desagüe, pero en sí, no poner obstáculos a las corrientes que generan las lluvias. Aunque lo más probable es que haya muchas reticencias a estas medidas debido a intereses.
Sea pues. Vale.